Cada vez que escucho hablar de mujeres rurales, mi corazón se acelera, me pongo feliz y recuerdo mi infancia. Vengo de dos frentes, el de una abuela materna de campo y el de una abuela paterna de ciudad que aún originaria de mi bella ciudad Xalapa, tenia una granja hermosa, producía verduras y frutas en su inmenso jardín, sin dejar atrás sus animales de granja que todos los días producían. .
Recuerdo en mi infancia con ambas; para desayunar o comer, solo bastaba ir al inmenso jardín donde estaba una granja y el desayuno estaba ahí a unos cuantos pasos, había huevos, leche, naranjas, maíz y demás. Eran otros tiempos, pero ser en aquel momento el actor principal que permitía, que el alimento no faltara en la familia era un tema de orgullo.
Esas raíces me llevan a concebir, la gran fortaleza de las mujeres rurales. Apenas el pasado 15 de octubre se celebró el día internacional que permite visibilizar el gran papel que desempeñan en el mundo y su contribución, además de que son ellas quienes garantizan la seguridad alimentaria no solo de sus familias, sino de sus comunidades y fortalecen las economías. Evidentemente detrás de esas mujeres hay una historia de lucha.
Y es que, conseguir la igualdad de género y empoderar a las mujeres rurales es doblemente complejo, pero es urgente y fundamental, pues su papel a veces parece invisible, pero son pieza fundamental en la lucha contra la pobreza extrema, el hambre y la desnutrición. Las mujeres rurales-una cuarta parte de la población mundial- trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias.
Ellas, labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Sin embargo, a pesar de su gran contribución, la Organización de las Naciones Unidas- Mujeres, ha señalado que las campesinas sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento.
Es decir, las barreras estructurales y las normas sociales discriminatorias continúan limitando el poder de las mujeres rurales en la participación política dentro de sus comunidades y hogares. Mundialmente, con pocas excepciones, señala ONU-Mujeres, todos los indicadores de género y desarrollo muestran que las campesinas se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas.
De ahí que el Día Internacional permite de igual manera tener presentes sus demandas porque merecen contar con las mismas oportunidades que los hombres y es que según cifras reveladas por ONU, menos del 15 por ciento de las mujeres en el mundo, son las que apenas cuentan con posesión o propiedad de sus tierras y a ello se suman sinnúmero de desventajas como que el 65 por ciento de las mujeres rurales tienen muy bajos ingresos o que el 50 por cientos de las mujeres rurales son obligadas a casarse aún siendo niñas, siendo solo apenas un 2 por ciento de las mujeres rurales las que lograr concluir la secundaria y así se podría seguir relatando las condiciones de desigualdad, pero la realidad nos dice, que lo urgente e importante es visibilizarlas y trabajar por ellas y para ellas en la búsqueda de mejores condiciones de vida. ¡Mucho por hacer, por contribuir, por mostrar!